viernes, 24 de enero de 2020

Capítulo 3




La vida parece fácil en algunos momentos y circunstancias. Sobre todo cuando llegan todos esos regalos existenciales, antes ausentes, capaces de llenar tu alma de alegría, alboroto y arrebato emocional. ¡Maldita sea! Es jodidamente maravilloso. Cientos de putas mariposas revolotean por tu estómago. Sí, amigo, sientes la llamada de la felicidad más extrema y salvaje que pueda existir. Bien, querido lector, es cojonudo. La cerveza vuelve a correr por la garganta, el whisky reaparece y se instala en el mueble bar de tu salón, los pajaritos cantan y el napalm arrasa con todos los factores sobrantes. Sí, joder. Qué cojones puede salir mal. Pues ya os lo digo yo, creyentes de mierda. Todo lo demás puede salir. Todo. Y no es por ser agorero, ni mucho menos. ¿Qué os pensáis de la vida? Acaba en muerte, en tragedia, en un enorme y oscuro punto y final. Pero bueno, da lo mismo, mejor voy al grano, que esto no interesa, es la maldita paja, la yesca de la gran hoguera.
    ¿Por dónde iba? Ah, sí. Cuando dejas embarazada a la mujer que amas, por decisión, por amor, por deseo, sin ningún tipo de interés que no sea emocional. Cuando esto ocurre, se convierte en un acto que mucha gente no ve con buenos ojos. Los jefecillos de las empresas, por ejemplo, ven el embarazo como una amenaza. «No, puta, tú lo que quieres es joderme, no amas a ese puto escritor de segunda regional. Además, te saca trece años. Pronto se fijará en otra zorrita veinteañera y te dejará tirada con el niño, un piso, dos perros, una gata y miles de gastos. Olvídate de follar. Ahora eres un puto lastre para ti misma, y así será hasta el jodido día del juicio final, cuando venga ese puto dios inventado y te señale con el dedo mientras te llama zorra de mierda». Entonces te niegan la baja por riesgo en el embarazo. Sí, a ti, querida amiga preñada, tú que vas a las manis feministas y luces un puto lacito morado, como todas esas marujas que siguen lavando calcetines a mano, cocinando para todos esos orangutanes celosos y sufriendo las consecuencias de su propio retraso. Olvídalo, tú no eres especial. Te ponen pegas para todo. Estás contra ellos, no quieres facilitarle la vida a tu jefe, ese ser despreciable. Te conviertes en una especie de mano gigante que parte sus esquís en dos, rompe su todoterreno y le mete dos enormes dedos en el culo. Eres su sombra maliciosa. No quieres lo mejor para ti, deseas su destrucción. Y cuando crees que lo has visto todo, aparece la mutua y lo empiezas a flipar aún más. Y la felicidad inicial se empieza a enturbiar debido a agentes externos, turbulencias, comentarios contaminantes, familiares basura y putos mirones barriobajeros. Te estresan. Te hacen ver el porqué de ciertas cosas. ¿Españoles teniendo hijos? Es inviable, somos seres antojadizos creados para servir al empresario como esclavos de tercera. ¿Quieres vivir en un piso con otra familia, con tu hermano, con tus padres? No, ya lo sé, por eso no puedes tener hijos. Y tu jefe lo sabe, la mutua lo sabe, todos lo saben. Eres un puto ser antojadizo, reconócelo.
    Por suerte, en nuestro caso, fuimos fuertes y no dejamos que nada ni nadie metiese las narices en nuestra relación. Nos fusionamos y luchamos como un monstruo de dos cabezas. Vamos a tener a ese hijo, fraguado en los hornos del amor verdadero. Sacar el machete no es una posibilidad, es un hecho. Lo criaremos, le daremos un maldito hermano y seremos felices hasta que la muerte nos separe. Y así acabo con este capítulo y continúo con esta disparatada comedia negra de baja calidad.





martes, 7 de enero de 2020

Capítulo 2




—¿Sí? —contesto alargando la i. Ya sé que es Agus, pero en este siglo tenemos la manía de seguir preguntando cuando nos llaman por teléfono, incluso cuando los nombres aparecen reflejados en la pantalla de nuestras maravillosas máquinas. Es el jodido siglo de sobreinformación y la estupidez retroactiva.
    —¿No? —responde él alargando la o, mofándose de mí, para variar—. ¿Quién cojones va a ser? El puto amo al habla.
    —Ya, joder, puto gilipollas, es una forma de hablar —hago una pequeña pausa de cuatro segundos—: ¿Qué tal?
    —Hasta los cojones. Estamos a día diez y todavía no he cobrado, y encima viene el puto Santa Klaus y me dice que tengo que pintar las jodidas porterías del campo de arriba. ¡Puto gilipollas! Y para más lapidación personal, no dejo de acordarme del dinero que puse para Cigala Tower. Ya sabes que no lo digo por ti, brother, contigo lo que haga falta. Son estos comemierda, que se creen algo y solo valen para enseñar el culo en redes sociales. Me ponen enfermo.
    —Lo cierto es que el asunto me tiene un poco cansado, no te voy a engañar. Y tengo un plan al respecto. Ando mal de pasta este mes yo también y no puede ser. He tenido que volver a pillar un par de biografías, y mira que no quería caer otra vez en la misma mierda. Al final he tirado de contactos y tengo la dirección real del puto Cigala.
    —¿Qué insinúas?
    —¿Por qué no vamos hasta allí? Ese hijo puta necesita conocer a los hermanos brother.
    —Voy a pillar el consolador más salvaje del mercado y se lo voy a meter por el culo. Prometido.
    —Pásate por casa esta tarde y matizamos el plan.
    —¡Uh, matizar! Que moderno te has vuelto. Claro, como ahora eres depreñador.
    —¡Déjate de hostias, cojones! Vamos a joder a ese puto pintamonas de mierda. Le liaremos la de Dios.
    —¿Lo ves? Eres mucho peor que yo.
    —Más o menos somos la misma mierda.
    —Me estaba preguntando una cosa, ¿si alguien no se ha leído la primera parte, entenderá la segunda?
    —Escribiré esta mierda para que así sea. Ya me conoces. Además, ¿por qué das por hecho que voy a escribir esta nueva historia?
    —Brother, nos conocemos...
    —Anda y que te jodan... Jajajajaja
    De fondo suena Pity the fool, de Black eyed vermillion. El primer tema musical introducido en la historia, tan presente en mi vida que no podría continuar sin ella. Pasiones entre notas. Momentos marcados por acordes malditos. Incoherencia envuelta en berridos salvajes.